"El corazón alegre constituye buen remedio; Mas el espíritu
triste seca los huesos" (Proverbios 17:22).
Cuando odiamos a nuestros enemigos, damos a ellos el poder
sobre nuestras vidas. Damos poder sobre nuestro sueño, sobre
nuestro apetito, sobre nuestr o gozo. Bailan de alegría
cuando saben que no estamos gozosos. Nuestro odio, no les perjudica a
ellos pero a nosotros mismos, haciendo de Nuestros días y
nuestras noches un gran infierno."
Muchas veces perdemos nuestra paz y nuestra tranquilidad
simplemente a causa de otras personas. Nos ponemos
enfadados, con rabia, angustiados, desesperados y en la
mayor parte de las veces, sin ninguna necesidad.
¿No sería mejor ignorar los qué nos quieren mal? ¿No sería
mejor orar por ellos? ¿No sería mejor entregarlos en las
manos de nuestro Salvador? si no conseguimos transformarlos
en amigos, por lo menos no perderemos la estabilidad
emocional y ni perderemos el goce de vivir como
verdaderos cristianos, llenos de regocijo y bendiciones.
Cuando estamos alegres, nuestros días son floridos y
perfumados. Cuando estamos tristes, no conseguimos ni siquiera
ver el brillo de las estrellas. Cuando estamos alegres, las
gotas de la lluvia parecen entonar canciones maravillosas.
Cuando estamos tristes, hasta los rayos de sol se muestran
deslucidos y ennegrecidos. El odio y el rencor hacen que
nuestros días sean tristes y que nuestros huesos comiencen a
secarce por la falta del elixir de la alegría llamada "amor".
No quiero que mi huesos se sequen. No quiero tener el alma
conturbada y afligida. No quiero que otras personas
controlen mi corazón y mi gozo. Yo quiero perdonar, quiero
olvidar, quiero vivir en paz con todos. Quiero vivir días de
puro placer y alegría.
Quiero el amor de Dios. Quiero el Dios vivo conmigo, ¡yo
quiero ser completamente feliz!
Hoy soplo sobre esos huesos secos de tu vida, en el nombre de Jesucristo nuestro Salvador...
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